10 días caminando solo en la cordillera de Huayhuash

Acompaña al editor jefe de Andeshandbook, Álvaro Vivanco, en este fascinante relato sobre su paso por la cordillera de Huayhuash, ubicado en el corazón de los Andes peruanos.


“Un hombre sólo puede ser él mismo mientras está solo; si no ama su soledad, no amará su libertad, porque únicamente cuando está solo, es realmente libre”. Arthur Schopenhauer

Muy lentamente y con un persistente dolor de cabeza provocado por la altura, llegué a la cumbre de lo que los guías peruanos llaman Gran Vista.

Sin poder creer lo que tenía al frente, dirigí la vista hacia las montañas que se levantaban hacia el Este: Sarapo, Siulá Grande, Yerupajá y Rasac. Con el poco aliento que me quedaba, traté de fotografiarlas de la mejor forma que pude y desde la cumbre del Rasac bajé la mirada hasta el paso llamado Rasac Punta. Por ahí se suponía que podía cruzar hacia el otro lado.

El paso se veía cubierto de nieve: A la izquierda de lo que debía ser el glaciar, alcanzaba a aparecer la roca por la que se suponía que también era posible progresar para cruzar. Saqué más fotos y tratando de olvidar mi dolor de cabeza, decidí bajar.

Tenía que llegar al fondo de la quebrada Segya, unos 700 metros más abajo, para acampar en ella y luego decidir qué hacer. Mis posibilidades eran dos: subir desde el campamento hacia Rasac Punta para cruzar por él hacia la laguna Jahuacocha o bajar hacia Huayllapa para dar una vuelta más larga hacia la misma laguna.

Hacía dos días que no veía gente y por la quebrada Segya no se veían rastros de que alguien hubiera pasado o acampado en un buen tiempo. Estaba solo, por lo que la decisión sólo dependía de mí.

Rasac Punta, portezuelo ubicado entre el Tsacra Principal y el Rasac Oeste

Luego de confirmar que iría a Huayhuash este año (2025), decidí que debía hacerlo solo.

Entre mis opciones, lo más fácil era llegar a Huaraz y acudir a alguna agencia de viajes para sumarme a algunos de los tours “all inclusive” que se ofrecen. Otra opción, era ir de Huaraz a Chiquián o hasta algunos de los pequeños poblados desde donde se puede iniciar la caminata alrededor de la cordillera e intentar negociar ahí mismo la contratación de algún arriero con burros para que llevara mi carga. La tercera opción no me parecía factible al inicio, pero comencé a pensar más en ella para que lo fuera. Se trataba de ir en modo autónomo: cargando todo el peso yo mismo y sin recibir ningún tipo de ayuda. Según mis cálculos, dar la vuelta a la cordillera de Huayhuash me podía tomar nueve días, lo que significaba, además de llevar todo el equipo necesario, cargar suficiente comida para todos esos días.

La primera opción, en realidad, ni siquiera la consideré.

Ir a un lugar como Huayhuash y que alguien me arme la carpa, me cocine, me despierte en la mañana y me diga por dónde hay que caminar, no me pareció una opción aceptable. Era como ir a un crucero al Caribe, algo sin relación con las montañas, una experiencia que permite ver paisajes hermosos, pero que deja de lado todas las dudas acerca de cómo hacerlo, todo el cansancio y sufrimiento que se transforma en emoción cuando se alcanza un objetivo, porque ¿a qué se va? Si es que está todo planificado y garantizado por otro y uno va sin la posibilidad de fracasar, ¿qué sentido tiene ir?

Arriero con su grupo de burros acercándose al campamento de Janca. Al fondo comienza a aparecer el Jirishanca.

La segunda de las opciones la pensé bastante, pero concluí que para poder realizarla debía destinar tiempo a negociar con los arrieros y que mi poder de negociación con ellos, estando solo, iba a ser muy bajo. Iba a tener que esperar hasta poder conseguir algo bueno o, quizás, tener que unirme a otros excursionistas. O incluso pagar un precio más alto que el aceptable.

Zona de campamento en Janca con el Jirishanca de fondo.

La tercera opción me dejaba la duda de si es que iba a ser capaz de cargar una mochila con equipo y comida para nueve días. Cada jornada requiere hacer un esfuerzo de caminar, al menos, unos 10 km y subir desniveles de 700 u 800 m partiendo más arriba de los 4mil metros, lo que significa tener que pasar por sobre los 5mil metros, un par de veces. Si se es muy lento, significa que puede ser necesario improvisar un campamento en algún lugar agreste y que quizás no se logre completar el circuito.

Ir solo y de manera autónoma, aunque más difícil, era la que me daba mayor libertad, por lo que comencé a pensar en serio en ella y para hacer posible el itinerario, debía tratar de aligerar al máximo el peso de mi mochila: en lugar de llevar carpa llevaría una funda vivac; para cocinar, sólo llevaría una jetboil y comida liofilizada, evitando así llevar olla e implementos para lavar. Por último, acepté un buen consejo y reemplacé los libros por un Kindle, lo que me permitiría reducir peso y leer de noche sin tener que usar la linterna frontal.

Si me decidía por ir en forma autónoma, tenía una ventaja por sobre quienes lo hacen con algún tipo de ayuda: elegir la ruta que quisiera, alargarla o acortarla, o pasar por lugares más fáciles o más difíciles. En Huayhuash existen un par de pasos por los cuales los animales de carga no son capaces de cruzar, por lo que si se quiere pasar por ellos, es necesario hacerlo sin su ayuda.

Esta última razón fue determinante: Iría en forma autónoma e intentaría cruzar por todos los pasos vedados a animales de carga, completando así lo que algunos llaman “Circuito Alpino” de Huayhuash. De los pasos sobre 5mil metros, el más complejo parecía ser Rasac Punta, porque está cubierto por un glaciar. Y según la información que pude encontrar, son pocos los que pasan por ahí. Hacerlo significa mantenerse lo más cerca posible del macizo montañoso y acortar la vuelta en un par de días.

Mi primer vivac junto a la laguna Mitococha.

Llegué en un minibus solo a Cuartelhuain y a las 10:00 a.m. ya tenía mi mochila con más de 20 kilos lista para echármela a la espalda y ponerme a caminar. Por fin iba a probar si es que podía moverme a la velocidad necesaria para hacer el circuito en el tiempo que tenía. Desde ahí debía subir al primer paso, Cacanapunta a casi 4700 m de altitud, con un desnivel de casi 600 metros.

Comencé a caminar mientras veía cómo varios grupos de turistas que venían con guías y burros de carga se preparaban para hacerlo. Tras ganar algo de altura, vi cómo se acercaban los burros de carga mientras más atrás avanzaban los caminantes cargados con mochilas pequeñas. Debido al peso de mi mochila, esperaba ser sobrepasado rápidamente, pero recién al llegar al paso me alcanzaron los burros. El resto de los caminantes se mantuvieron a una buena distancia, por lo que concluí que no estaba caminando demasiado lento: me movía a una velocidad aceptable.

Bajé del paso hacia el primer lugar de campamento, Janca, el que esperaba poder evitar para acampar junto a la laguna Mitococha. Después de maravillarme con la primera vista al Jirishanca, pagué a la comunidad de Janca por pasar por ahí y pregunté por la posibilidad de acampar en la laguna. No había problema, así que partí hacia allá.

Después de pasar junto al lugar de campamento, dejé de ver a más gente y llegué a Mitococha solo. Me dirigí al fondo de la laguna, donde prefería acampar para así estar más cerca del paso al que quería ir al día siguiente. Al llegar al lugar escogido, me di cuenta de un primer problema: mi Inreach, la única posibilidad que tenía de conectarme con el mundo, estaba descargado. O sea que, además de estar solo, iba a estar sin la posibilidad de avisar dónde estaba y si estaba bien o, en caso de emergencia, de pedir ayuda. De alguna manera, estaba aún más solo. Antes de intentar dormir, lo último que vi fueron las intimidantes paredes del Jirishanca.

Vista al atardecer del Jirishanca.

Era la primera noche durmiendo sobre los 4mil metros y lo noté. De a poco desarrollé un índice de impacto de la altitud dependiendo del tipo de sueños que tenía. Si es que soñaba con cementerios y funerales, la altitud me estaba afectando. Si es que tenía sueños dentro de sueños, la altitud me estaba afectando aún más. Si es que uno de los sueños dentro de otro sueño tenía que ver con cementerios o funerales, la cosa era grave y significaba que me faltaba para conseguir una buena aclimatación. Por suerte, me moví entre los indicadores 1 y 2 y no alcancé a llegar al 3.

Laguna Mitococha, primer lugar de campamento

Como había decidido hacer el “Circuito Alpino”, que transcurre bien apegado al macizo y cruza por pasos por donde los animales de carga no son capaces de llegar, iba a seguir por una ruta solitaria y por la que, en parte, la huella que se debe seguir no es muy clara o definitivamente no hay huella. Siguiendo un track que tenía cargado en mi gps, salí del campamento y comencé a subir la ladera que se levanta detrás de la laguna sin seguir una huella.

Tenía que llegar a un paso, Alcay Punta, que aparecía en mi carta, pero sin nombre y sin sendero que llegara a él. Con varias dudas acerca de la exactitud de la ruta que tenía, logré acercarme al paso por debajo de una zona de rocas. No veía con claridad cómo superar la zona de rocas pero el track parecía dirigirse derecho a ellas. No que quedó otra alternativa que escalar una pequeña sección que, con mi mochila al hombro y a más de 4800 metros de altitud, me dejó agotado.

Fueron un par de pasos de escalada fáciles, pero que nunca había hecho en esas condiciones.

Si me hubiese caído, nadie me habría podido ayudar y podrían haber pasado varios días antes de que alguien más pasara por ese lugar. Tras dejar atrás la roca, divisé la pasada que evitaba la escalada, ubicada unos 10 metros más allá del lugar por donde había pasado. Pidiendo un descanso, caminé hasta el paso y pude ver la laguna Alcaycocha más abajo. Sin recorrer la mejor ruta, había llegado al lugar correcto y podía comenzar a descender hacia la laguna Carhuacocha y volver a tomar la ruta más transitada.

Vista a la laguna Alcaycocha desde el paso.

Llegando a la laguna me topé con un marco imponente de cerros dominado por el omnipresente Yerupajá, cerro que nunca ha sido ascendido por un chileno. En realidad, de todos los seismiles de Huayhuash, hasta ahora únicamente el Rasac ha sido ascendido una vez por chilenos, lo que ocurrió en 1978.

Junto a la laguna también volví a ver gente y la zona de campamento dominada por las agencias de viaje que ya ocupaban los mejores lugares. Para mi sorpresa, cerca de la zona de campamento, en una pequeña casita, ofrecían wifi y pude dejar cargando mi Inreach. Además, me ofrecieron acampar en el patio de esta casita, por lo que pude mantenerme alejado del ruido de los grandes grupos.

Grupo de guías y porteadores peruanos disfrutando del wifi

Al otro día pude comprobar cómo funcionan los grupos organizados: despiertan a sus clientes temprano, a eso de las 6:00 ya tienen preparado el desayuno para así poder partir tipo 6:30. Los burros con la carga parten un poco más tarde y de esa forma se aseguran de llegar temprano al siguiente campamento para ocupar los mejores lugares para sus clientes que comienzan a llegar más tarde.

Salí un poco más tarde que los grupos de agencias y en el camino me di cuenta de que los podía alcanzar. La ruta ese día pasa por uno de los miradores más impresionantes de todo Huayhuash y en donde todo el mundo se detiene un buen rato a tomar gran cantidad de fotos y videos: el mirador de las Tres Lagunas. Poco antes de llegar al mirador, una serie de avalanchas cayeron por el glaciar del Yerupajá, como para recordarnos que lo que estábamos viendo era obra de las gigantescas fuerzas de la naturaleza…

Vista desde el mirador de las Tres Lagunas.

En la próxima entrega, el autor continuará entregando el relato y fotografías de su viaje en solitario por la cordillera de Huayhuash, Perú, enfrentándose a imponentes montañas, escarpados pasos, grupos de animales y humanos y la altitud siempre presente en este recóndito rincón de la cordillera de Los Andes.