En esta segunda entrega, continuamos con el relato sobre la última parte de esta entretenida aventura que vivió una cordada femenina en la escénica región de La Araucanía, Chile, aprovechando las últimas semanas de la temporada de esquí.
Día 6: volcán Llaima… Plenitud
Desnivel recorrido: 1600 metros / Desnivel esquiado: 1400 metros / Kilómetros recorridos: 15
Partimos bastante tarde nuestro ascenso al Volcán Llaima: ya eran las 8:30 de la mañana cuando estacionamos la camioneta en la primera ladera del centro de ski Las Araucarias.
Después de un porteo expedito de unos 500 metros llegamos a una pala de nieve que nos llevó directamente al plateau, a los pies del Llaima. Nuevamente sentí un mix de emociones, me sentía tan bien y feliz de estar en este lugar y tener la suerte de ascender este volcán que siempre me había impresionado y al mismo tiempo las emociones del día anterior se seguían moviendo dentro de mí.
Me sentía cansada emocionalmente e internamente rezaba para que el día fuera entretenido.

Después de todo lo que nos había pasado, Georgette comenzó un nuevo ritual desde el volcán Llaima un nuevo ritual: antes de cada ascenso, al dejar la camioneta ella se arrodillaba para pedir permiso para poder subir y pedir que el cerro nos protegiera de cualquier imprevisto.
Cuando la vi hacer su ritual por primera vez y quedé dubitativa.
En las primeras laderas empinadas del volcán, Georgette paró para sacarse los esquíes y ponerse los crampones. Decidí seguir subiendo, sin perderla de vista. Empecé a subir sola, a mi ritmo escuchando mi respiración. Logré conectarme conmigo misma, con mi propósito, con mi cuerpo y mi presencia. Me sentí bien y supe que este ascenso iba a ser maravilloso.
Unos 45 minutos después, paré para sacarme los esquíes y reemplazarlos por crampones.
Al llegar Georgette, comenzamos a conversar con otro guía que había llegado al mismo punto de descanso que nosotras y él se estaba preparando para bajar.
Nos reímos y nos relajamos un rato y empezamos a subir nuevamente con mi cordada, Georgette.
Ella iba adelante cuando enfrentamos una pared bien empinada de poco más de 40 grados aproximadamente. Yo me sentía bien, quería más.
Llegamos a una pequeña terraza y nos tomamos un breve descanso. No hacía nada de frío y disfrutamos el break. Habíamos llevado frutas para comer y nos auto felicitamos por la elección de snacks.
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Nos quedaba la última ladera del volcán por su cara norte, nos quedaba menos de una hora. Nos pusimos las mochilas y empezamos a subir nuevamente. Pasamos por varios hoyos de calor que son puntos desde los cuales se escapan gases que provienen del volcán.
Georgette me indicó que esos hoyos son un peligro enorme para la bajada en esquí y no quise pensar en la bajada, por lo que seguí enfocada en lo que estaba pasando. Poco tiempo después, llegamos a la falsa cumbre. No me lo podía creer, me sentía súper fuerte. Subimos los últimos hongos de hielo que se encuentran en la cumbre, saqué fotos de esos peculiares liquen que crecen en las rocas volcánicas de la cumbre, nos montamos a un hongo un poco más alto que los demás y ya no había nada más que subir, estábamos contemplando el impresionante cráter del Volcán Llaima, ¡estábamos en la cumbre!

Comimos, nos hidratamos y grabamos el material audiovisual necesario antes de ordenar nuestras mochilas para bajar. Tenía muchas ganas de esquiar el mayor desnivel posible. La nieve ya había ablandado y sabía que venían condiciones perfectas. En la falsa cumbre, abajo del hongo cumbrero, me puse los esquíes.
Georgette ya había empezado a bajar por la cara norte por la cual habíamos subido. Dos extranjeros que habíamos conocido en la cumbre se habían ido esquiando por la cara oeste. Estaba sola con mis esquies. Respiré, confiando en mis piernas y mi instinto y me metí por la ladera nor-noroeste. La nieve estaba muy rica y no se notaba ningún hoyo de calor. Cuando la pendiente se hizo un poquito menos fuerte, llamé a la Georgette por radio para ver si se pudiera cruzar hacia la ladera donde estaba yo, que era mejor para esquiar. Nos reencontramos en una pasada de roca que separaba las dos laderas, se cruzó y empezamos a esquiar juntas.
La nieve, el sol, la pendiente, el vientecito todo estaba perfecto.
Era solo dejarse llevar y mantener el foco. Llegamos al plateau y me sentía en una nube. Cuando llegamos al auto sentí que estaba lista para otro día así. Ahora nos esperaban más de 3 horas de manejada para llegar a Pucón y elegir el siguiente volcán.
Día 7: volcán Quetrupillán, volver a casa.
Desnivel recorrido: 1300 metros / Desnivel esquiado: 800 metros / Kilómetros: 14
Llegamos tarde a Pucón, cuando el sol ya se estaba escondiendo.
Antes de llegar, llamamos a unos amigos para ver si nos podrían ayudar y esperarnos con alguna comida lista e hidratación. Pero todos andaban en varias cosas así que juntamos la energía que nos quedaba al llegar a mi casa y cocinamos algo rápido, lo más calórico y proteico posible.
Definitivamente, este proyecto nos quería poner a prueba, sobretodo nuestra capacidad de ser autosuficientes en todo tipo de situaciones.
Revisando los pronósticos de tiempo, decidimos que lo mejor era ir al volcán Quetrupillán .

Al día siguiente iríamos con el plan de acampar a los pies del volcán Lanín en la noche y hacer cumbre el domingo.
A las 6 am ya estábamos en la camioneta rumbo al volcán Quetrupillan. Sabíamos que nuevamente íbamos a tener que portear los esquíes un buen rato hasta la salida del bosque.
Caminamos con zapatillas de trekking hasta poder colocarnos las tablas, casi en la parte final del bosque. Estábamos en terrenos relativamente conocidos pero las dos manteníamos el foco y la concentración. Cuando terminó el bosque nos sorprendió un viento puelche (que viene del Este)que no esperábamos.
El viento fue aumentando a medida que nos acercábamos a la cumbre. Decidimos seguir subiendo. Llegamos a la ladera final que llega al cráter. Georgette se sacó los esquíes para seguir caminando y yo seguí randoneando.
A pesar de que la temperatura bastante alta, el viento no había permitido que el hielo se descongelara por completo y quedaba una capa fina de hielo encima de la nieve más blandita. En la última parte del ascenso iba concentrada, apretando todo el cuerpo y haciendo que cada movimiento fuera calculado para no resbalarme y perder energía. Me gustan -y siempre me han gustado- esas situaciones de concentración y de equilibrio en las cuales mover un dedito del pie de manera indebida lo puede cambiar todo. Llegué a ese cráter inmenso. Estaba sola. Agradecí.
El viento casi me botaba a cada instante pero permanecí varios segundos así de pie sin moverme. Llegó Georgette y subimos los últimos 2 metros para llegar a la cumbre real. El viento era terrible, nos abrazamos y nos refugiamos bajo una roca cubierta de hielo donde pudimos sentarnos, comer e hidratarnos. Después de unos 30 minutos, antes de sentir demasiado frío, nos dirigimos a la cumbre para hacer el material audiovisual y nos equipamos para descender. El viento no nos daba tregua. Esquiamos las dos desde la cumbre y fue maravilloso. Nuevamente nos tocaban condiciones de nieve ideales.

Llegando al bosque nos tocó nuevamente portear los esquíes y las botas. Llegamos a la camioneta en la mitad de la tarde y muy acaloradas. En el fondo donde estacionamos el auto una de las mangueras de agua estaba rota y dejaba escapar mucha agua. Sin hablarlo, las dos nos sacamos la ropa y terminamos en ropa interior bailando y riéndonos bajo el choro de agua.
Después de refrescarnos y relajarnos nos tocaba pensar en el ascenso del día siguiente. Nos quedaba un día y dos volcanes para terminar el proyecto y automáticamente un volcán iba a quedar afuera: el Rukapillán (Villarrica) o el Lanin. Bajamos para agarrar internet y ver el pronóstico. Concluimos que por la condiciones de viento que además eran muy impredecibles, era más seguro para nosotras ir al volcán Rukapillán e intentar asegurar una cumbre más para cerrar el proyecto.
Nos devolvimos a Pucón sintiendo un poco de decepción porque el volcán Lanin era un punto importante para el proyecto.
Renunciar nunca es fácil pero todo pasa por algo.
Aprovechamos de tener algo de tiempo para pasar al supermercado y elegir con calma todo lo que íbamos a comer en la tarde. Mañana tocaba subir en el patio trasero a la cumbre en la cual habíamos entrenado todo el invierno. Era una sensación rica dentro de un nivel de cansancio muy avanzado.
